miércoles, 8 de diciembre de 2010

Purísima

¿Qué cosa más blanca que el cándido lirio?
¿Qué cosa más pura que el místico cirio?
¿Qué cosa más casta que el tierno azahar?
¿Qué cosa más virgen que leve neblina?
¿Qué cosa más pura que el  ara divina
de gótico altar?
(...)

¡Oh mármol! ¡Oh nieves! ¡Oh inmensa blancura
que esparces doquiera tu casta hermosura!
¡Oh tímida virgen! ¡Oh casta vestal!
Tú estás en la estatua de eterna belleza,
 de tu hábito blanco nació la pureza,
 ¡al ángel das alas, sudario al mortal!

Tú cubres al niño que llega a la vida,
coronas las sienes de fiel prometida,
al paje revistes de rico tisú.
¡Qué blancos son, reinas, los mantos de armiño!
¡Qué blanca es, oh madres, la cuna del niño!
¡Qué blanca, mi amada, qué blanca eres tú!

M. GUTIÉRREZ NÁJERA



Señora: las montañas
con su mantilla blanca inmaculada,
el brillo de la estrella,
el amor abnegado de las madres,
el agua casta y clara de la fuente,
el profundo saber de los humildes,
los ojos de los niños
(que pueden ver a Dios), las azucenas,
las alas de paloma,
la Caridad que no busca el aplauso
ni el agradecimiento,
la melodía de las voces blancas...
Cuanto de bello hay
en este mundo impuro, corrompido,
es un rastro de Tí, de tu pureza.
Promesa de que un día venidero
Israel llegará como una novia
hasta el solio divino,
envuelta en blanco tul y en azahar,
limpia de sus pecados (de los míos).
Y el Señor de los Cielos
al mirarla dirá: «¡Qué guapa! Tienes
los ojos de tu Madre».

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